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Todo nace de la mesa de la Eucaristía del domingo. Todos a la mesa de la familia el “día del Señor”. No podemos faltar. El amor suyo nos apremia y no reúne.
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De aquella mesa tomamos el pan de la Palabra, que se nos regala cada domingo: el evangelio, con la oración común, que recoge la de todos (oración colecta).
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A lo largo de la semana, buscar un tiempo sencillo, aunque al principio no sea muy largo. Tiempo de oración personal, silenciosa, íntima. El rostro de Jesús ante los ojos, la Palabra del evangelio entre las manos. Silencio. Soledad. Invocación humilde al Espíritu Santo.
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Estamos en medio de la Iglesia, del mundo, de la creación entera… No oramos solos.